viernes, 26 de octubre de 2007

En construcción 3

Uno construye.
Construye su día, lo prepara, elige los condimentos adecuados, lo saborea, lo arma. Lo diseña. Espontáneamente quizá, va uniendo las piezas necesarias para vivirlo. Cuando factores externos aparecen sorpresivamente los deja entrar e influir o los aparta y los reprime. Una piedra derrumba el castillo de naipes, puro equilibrio. Siempre hay que dejar un espacio para esas sorpresas. Uno construye un método de estudio, lo abandona y lo reconstruye las veces que considera necesarias. Una relación también se construye, de a dos. A veces construimos fantasías e ideales de cosas que nunca serán. Construimos textos eligiendo y ordenando, paradigma y sintagma, una armonía semántica que nos convence.
Pero a veces sentimos que no construimos nada. Que no aportamos nuevos elementos a nuestro universo. Que los días se deshacen entre las yemas de los dedos. A veces la tristeza devora muchas de nuestras horas, irrecuperables. Será que también allí construimos. Un rincón para la tristeza que se nos impone.
Hay autores que citan el advenimiento del reloj como impulso de la modernidad. Esto quiere decir que nuestras nociones acerca del tiempo son inventadas. Nos vienen dadas, pero en realidad son aprehendidas. Los relojes marcan los retrasos, los adelantos, el espacio limitado para comer un sándwich en la oficina, hasta la cantidad de posibilidades que restan para tener o no un hijo. Es una total mesura. Y de hecho también logra catalogarnos porque si solemos estar retrasados somos impuntuales. La palabra retraso en su sentido peyorativo (incluso cuando no intenta serlo lo es) nos dice que la normalidad está hacia delante. Alguien con un retraso, si nos guiáramos solo por el origen semántico de esta palabra no puede progresar. Si nos adelantamos en cambio nos llaman ansiosos, perfeccionistas, estructurados, obsesivos, histéricos. Y si no tenemos un hijo antes de que el reloj biológico llegue a las 12 campanadas, viviremos solas por el resto de nuestras vidas.
Pero, ¿quién es el culpable de los momentos marchitos?. Esos que no pueden recuperarse.
Los que bajo un inconsciente vestido de normalidad pudimos haber advertido, mientras el tiempo pasaba violento y veloz. ¿Cómo ganamos el tiempo perdido?, ¿con qué pagamos los instantes derrochados?.
Si estoy en deuda con un pasado que quiso ser, que pudo ser y al que di la espalda una y otra vez. Una idea, un impulso, un amor. Y en deuda conmigo.

Culpable es el miedo. O la farsa hecha armadura de una fortaleza que no es tal, pero a la que le entregué mi vida entera. Culpable es la estupidez que nace del dolor. Culpables son los otros. Soy yo en esta ajada red social. Culpable es una imagen, o dos. Y la memoria selectiva que eligió mal.
Pero aun no se consigue dominar el tiempo y su retroceder. Es una utopía tan absurda. Es una excusa tan banal, que quiere dejar de ser mi utopía mayor. La técnica tiene falencias que para nuestro sentido común son obviedades. No puede deshacer la mortandad, ni nos permite estar en dos lugares al mismo tiempo. Tampoco hace posible volver el tiempo atrás.

¿Puedo construir algo que niegue lo anterior?, ¿o destruir lo construido?; ¿vencer el tiempo dándole la espalda a ese deseo de regresar para hacer las cosas bien?

O será mejor sencillamente construir… cosas distintas.