lunes, 20 de abril de 2009

Palabras

Añoranza. Lejanía. Pesar. Nostalgia.
Cerremos este capítulo que tiene un dejo de permanencia asfixiante. Cerremos las cajas con viejos papeles repletos de polvo. Cerremos una puerta, dejemos caer esa lágrima. Entreguemos la llave y sonriamos a esa noche bonaerense magnífica que siempre supo complacernos con su mera imagen. Dejémonos llevar por el camino hacia el después, o hacia el ahora. Pisemos el asfalto con firmeza dando esos últimos pasos, habitándolo una vez más mientras nos deja y lo dejamos. Que nos duela el vacío en el centro del cuerpo tenso de ansiedad, tembloroso y febril. Que nos moleste ese dolor, que nos colme de dudas. Que nos falte el aire de pronto.
Sintamos la pendiente del mundo en la próxima esquina y decidamos entonces saltar de una vez sin pensarlo dos. Atémonos a cosas incorpóreas de las que luego podamos desatarnos con facilidad si así lo quiere el viento. Huyamos en el aire lejos de todo para acercarnos a un nuevo ego y conocernos un poco. Un poco siquiera. Porque en el limite que separa cada una de las figuras de la tierra, allí podemos encontrar una esencia nueva, que siempre fue nuestra.
Y ser, ser y ser…
Abramos los postigos en tierras lejanas. Digamos: “¡es este el lugar de mis sueños!”. Bebamos el viento de tierras cercanas. Digamos: “¡es este el lugar de mi sueños!”. Y soñemos lugares de esta manera. Vivamos rincones, degustemos poesías, saboreando una a una las letras de nuestra palabra preferida.

Luz.

¿No es acaso una palabra deliciosa?