jueves, 16 de septiembre de 2010

Silencios

Ahora me doy cuenta, no recordaba el silencio. No imaginaba que las cosas, inamovibles, parecen aquietarse aun más cuando no hay otra persona cerca. Ahora puedo verlo, las sombras dejaron de tener vida. Son ahora manchas que pintan los muros, que caen sobre el suelo, manchas similares a lo que alguna vez fue cualquier otro elemento de este espacio. Respiro y suspiro y puedo oírme. Si lloro, me pesa el sollozo que nadie calma, que no encuentra un abrazo, ni unas manos cálidas. El agua cae desde el rostro hacia el vacío de este cuarto y se pierde limpia, pero repleta de grises.
Estoy exhausta sobre mis piernas, me duelen los ojos. Afuera es de noche y estoy subsumida entre estas paredes, bajo sus cimientos, entre los escombros de un día lejano que ya no es perfecto.

Tengo tanto miedo.

Ahora lo recuerdo, así era yo antes. Antes de la brisa del bosque de tus ojos inmensos. Así, con este disfraz de ilusiones inconclusas y pasajeras. Con esos deseos aleatorios y débiles. Con una intensa fascinación por este silencio que ahora recuerdo y no recordaba.

Es casi como si yo fuese una pieza más del engranaje, en movimiento por inercia. Me quedan los restos más dulces del transitar de los días, acomodados uno al lado del otro, apilados, unidos, conformando esa imagen que duele por bella. Y son restos presentes y vívidos, son restos con formas, colores y pálpito. Son retazos nuestros que quizá vuelvan a unirse.

Por algún motivo tengo recuerdos que había olvidado. Vuelven y se instalan en mí, me roban una lágrima y desaparecen. Imágenes de momentos simples.

Ahora comprendo que ya no lo hago. Dejé de pensar y me dijeron adiós los fantasmas, los mismos que antes no me dejaban hablar porque ellos lo hacían por mí. ¿O yo les di la espalda a ellos?

Ahora no tengo más que silencios, encadenados unos a otros. Silencios, esos que antes vaciabas con tu risa.