miércoles, 4 de julio de 2007

París

París tenía esos colores diurnos, esa luz. El espíritu festivo y volátil,
esas dimensiones jamás vistas. Al ver la torre me quedé sin aire. Ya no pude hablar. No logré comprender el significado de mis palabras ocultas. Todo tan perfecto, tan bello. Una ciudad así, con sus suciedades y miserias, pero aún tan bella... que quise morír allí. Ser una de las flores de los puestos de Notre Dame, una molécula del río.
Después de todos estos años le temo al olvido de esos tontos detalles que creía invencibles, pero algo se me quedó en la piel, se perdió en mis ojos, en mis manos y en mi boca.
Fue amor a primera vista con París y de esos amores que duran la vida entera.