viernes, 4 de diciembre de 2009

Tarde

Sucede a veces que uno decide, o al menos su cuerpo, el cuerpo de uno, dormir una siesta creyéndola breve; por entregarse al cansancio mínimo, pero propio, duerme y se queda dormido, durmiendo, descansa y se aquieta. Sin sospechar que quizá, el resto de las personas, que antes durmieran, ya despertaron, o que simplemente nunca durmieron. Uno recuesta la mente para evadir el desvelo constante, la insomne promesa, y el resto continúa, viviendo la vida y el correr del tiempo, que aunque construido, corre. Cuando la siesta termina porque un golpe brusco e insospechado abre de par en par esos párpados inmóviles, descubre uno, a su pesar, cómo el tiempo se le escapó de las manos y a nadie desea, augura, maldice, esa suerte. Esa de despertar tarde.
Hoy desperté finalmente. Tarde para cumplir con mis márgenes establecidos, con mis fotografías deseadas, con mis manos repletas y colmadas de futuro. Hoy desperté de mi siesta, fue interrumpida por voces ajenas, que llegan tarde.
Y a nadie deseo, auguro, maldigo esta suerte. Esta de despertar tan tarde.
Pero si auguro despertar. Y así recordaré mi despertar el día de mañana, que no es hoy porque hoy despierto.
Sucede que la vida tiene matices de colores diversos. Las emociones poseen mayor o menor intensidad, pero muchas veces, no emocionan. La pasión se entristece, el devenir se interrumpe y todo transcurre en cámara lenta, en blanco y negro, sin aromas.
Hoy desperté y cuán absurdo que sea tarde. A veces en sueños uno desea que sea todo un sueño y entonces despierta y calma su angustia ese mismo despertar que hoy me invade y me recuerda cuán tarde… desperté y es tarde.
Pero al menos desperté.
Despierto en Buenos Aires, antes de explorar otras postales. Y todo lo que pudo haber sido me pesa más ahora que en sueños. Ahora estoy despierta.
¿Qué será de mi?

viernes, 14 de agosto de 2009

Mi analista me dijo…

Leí una vez en una revista del corazón, que comenzar una conversación con la frase “mi psicólogo dice que…” está terminantemente prohibido en el contexto de una cita con una persona del sexo opuesto. No sé si alguna vez, antes o después de ser prevenida por esas palabras, lo hice. Creo que no. Quiero creer que no.
Si por ejemplo hubiese dicho que todo es culpa de nuestros padres, cosa que digo a menudo y que, por otra parte, no debiera ser novedad, no tendría por qué haber pecado de amargada e intolerante. Está comprobado y una carrera entera lo sustenta, que efectivamente todo es culpa de nuestros padres. Y de los hijos que no son sino receptores activos de lo que los padres inculcan acerca del arte de vivir. Ambos actores, para hablar en términos de lo que a mí concierne, son responsables, quitando con esta nueva palabra la carga valorativa de la expresión culpa.
Alguien que conocí me dijo que la palabra analista, referida a la salud mental, es algo así como un eufemismo y yo creí en aquel entonces, años atrás, que estaba en lo cierto sin lugar a duda. Hace unos pocos meses comprendí que dentro de la psicología hay otras corrientes y que al menos para una de ellas ya no es psicólogo el analista, y la terapia deviene análisis.

Habiendo aclarado estas cuestiones prosigo.

Días atrás mi analista me dijo que “hay que hacerse cargo de las ganas”. Lo traigo al papel para volverlo legible y tangible, para poder regresar a esta idea cuantas veces yo quiera y de manera inmediata.

O quien desee hacerlo.

martes, 28 de julio de 2009

En los restos

Qué tristeza dulce encontrar en los restos retazos del alba que compartimos. Sentir tu perfume abrazando los pliegues del tibio torrente que suele cubrirnos… y descubrirnos. Qué tristeza dulce encontrarte en los restos, beber la agonía y su néctar aun tibio, y amarte lejano, desearte tangible, creerte imposible, saberte soñado. Qué dulce y qué triste, pero aun más dulce, decirle a tu ausencia que aguardo su muerte y que no haya eco, ni murmullo antiguo que nos vuelva nada, derrame vacío. Qué triste y cuán dulce, pero aun más triste, esperar la aurora aunque no te acerque, y anhelar en vano tu respiro intenso, sobre mi respiro, sollozo, silencio.
Qué dulce tristeza hallarte en los restos para que me acunen cuando no tus brazos, y tener tu voz, tu sueño y desvelo y tu alma toda latiendo en mi pecho.

lunes, 20 de abril de 2009

Palabras

Añoranza. Lejanía. Pesar. Nostalgia.
Cerremos este capítulo que tiene un dejo de permanencia asfixiante. Cerremos las cajas con viejos papeles repletos de polvo. Cerremos una puerta, dejemos caer esa lágrima. Entreguemos la llave y sonriamos a esa noche bonaerense magnífica que siempre supo complacernos con su mera imagen. Dejémonos llevar por el camino hacia el después, o hacia el ahora. Pisemos el asfalto con firmeza dando esos últimos pasos, habitándolo una vez más mientras nos deja y lo dejamos. Que nos duela el vacío en el centro del cuerpo tenso de ansiedad, tembloroso y febril. Que nos moleste ese dolor, que nos colme de dudas. Que nos falte el aire de pronto.
Sintamos la pendiente del mundo en la próxima esquina y decidamos entonces saltar de una vez sin pensarlo dos. Atémonos a cosas incorpóreas de las que luego podamos desatarnos con facilidad si así lo quiere el viento. Huyamos en el aire lejos de todo para acercarnos a un nuevo ego y conocernos un poco. Un poco siquiera. Porque en el limite que separa cada una de las figuras de la tierra, allí podemos encontrar una esencia nueva, que siempre fue nuestra.
Y ser, ser y ser…
Abramos los postigos en tierras lejanas. Digamos: “¡es este el lugar de mis sueños!”. Bebamos el viento de tierras cercanas. Digamos: “¡es este el lugar de mi sueños!”. Y soñemos lugares de esta manera. Vivamos rincones, degustemos poesías, saboreando una a una las letras de nuestra palabra preferida.

Luz.

¿No es acaso una palabra deliciosa?