viernes, 22 de junio de 2007

Tres, dos, uno... cero

2.33 a.m. Viernes por la noche (sábado por la madrugada). Acabo de llegar a casa completamente oxigenada y feliz. Como cuando paso un rato con mis sobrinos, que con tanta energía limpia y con toda esa inocente sabiduría, me aclaran los rumbos, las caras de las cosas y me llevan a formular inquietudes inauditas. La oxigenación que puede darte un paseo al aire libre contra la brisa del otoño disperso, o la imagen de esa tormenta desde la ventana, un baño con sales, una canción perfecta, palabras a tiempo, un abrazo... a tiempo, el sabor de ese postre, una copa de vino, un rincón en la sala en la que proyectan tu película favorita, o la que será tu preferida pronto, un final preciso a la novela que venís leyendo con devoción, un café en esa esquina tan cálida, el beso postergado. ¿Cómo nos mimamos frente al agobio?. Soy estudiante universitaria y tengo amigos que también lo son. Hay meses claves y este (junio) es uno de ellos. De pronto se supone que cerremos con broches de oro, o que salvemos cosas que parecen insalvables desde la perspectiva del cansancio, en no más de dos semanas. ¿Cuánto a favor nos da el encierro, la velocidad, la ausencia de aire, la palidez, el cansancio?
La pregunta es, ¿cómo manejamos el estrés? (sea cual sea su causa, hablé de la Universidad por razones obvias),¿le damos importancia?, ¿nos creemos máquinas capaces de regresar a un estado saludable cuando la cuenta regresiva culmine?, y finalmente, ¿cuánto de responsable tiene el sistema en estas cuestiones?