jueves, 6 de septiembre de 2007

Rojo intenso

Casi en un descuido escribí en verso alguna vez un poema, quién sabe cómo lo titulé si es que lo hice, quien sabe de qué trataba si es que era algo más que mera rima. Sin saber muy bien qué era lo que hacía acepté esa propuesta de mis amigas en plena infancia y asistí a una reunión coral en la que el profesor determinó que yo era soprano. De alguna manera sin fuerza alguna la escritura y el cantar entraron en mí y adornaron mis rutinas desde allí en adelante. La vocación se nos impone, dijo un sabio filósofo una vez no hace mucho y yo lo presencié. Es cierto, pensé. Hay quienes pasan la vida entera buscándola. Nunca concebí una vida sin pasión, hasta que entendí que así como la felicidad es momentánea, la pasión también lo es, pero es, es decir que existe. Y al igual que la vocación y las más de las veces de la mano de ésta, también la pasión se nos impone. Quizá no haga falta esperarla, buscarla desesperadamente, sino simplemente (y con toda la complejidad que supone) no ignorarla cuando llega. Por qué volver el rostro hacia el pasado como el Agelus Novus que busca “recomponer lo despedazado”. Siquiera temerle al “huracán” del futuro. Quedémonos con el hoy.
Hoy, caminé las últimas dos cuadras de mis 23 años por Güemes hacia mi hogar. Faltaban dos minutos y yo empecé a sonreír. El miedo de llegar a este punto, la desesperación de buscar en mi historia señales de improntas vistosas, me persiguió esta semana, el lamento de la cercanía al cuarto de siglo. Y la total incertidumbre. Luego el teléfono empezó a sonar con saludos y alegrías y cariños y planes… y todo eso. Siento que nunca un número par me gustó tanto. Lo veo de color colorado, vivo e intenso. Le veo la talla de la madurez necesaria para empezar a madurar, del crecimiento preciso para empezar a crecer. Y cambiar mis mensajes hacia mi y hacia mi propio universo por párrafos cortos y sencillos que hablan de bienvenidas y abrazos.

Hace 24 años, a las 15.45 de un miércoles, llegué. Esta sensación de caída en un universo ya conformado que se alistaba para ser mi hogar. Caí. En uno de esos momentos que no son ni dorados ni de desintegración, sino un permanecer. Cuando todo era nirvana yo llegué. No podría haberlo querido de otro modo de haber tenido la imposible posibilidad de elegir. Y sé varias anécdotas que me dibujan el momento, que se quedan en mi y en mi bagaje de recuerdos sin memoria.
Llegué ese año que el horóscopo chino otorgaba al chancho de agua, el mismo año en que en varios se renovaba la esperanza hecha piel de la libertad, pero aun no hecha cuerpo. Cuando la sal entumecía los rostros, y habían sólo sospechas y temores de toda esa ausencia que luego fue evidente. En un país de jueves blancos y domingos grises. En el mes de los enamorados, de las flores. En un año de paradojas.
Así que me siento así: del color de la pasión, y bella como esta noche que anuncia la primavera cercana. Amo la vida, amo a mi gata, amo tantas cosas. Y yo que alguna vez creí mi pasión perdida. Será que hay que seguir buscando, con más que predisposición, por dónde encausar la energía. Y arriesgar las veces que queramos como mejor nos parezca. Somos tantas cosas, cumplimos tantos roles, influimos de tantas maneras en los otros y en nosotros a medida que la vida transcurre, que por qué no, animarnos a vivirla a nuestro modo como dice la canción.