sábado, 24 de noviembre de 2007

Bife en mano

La historia comienza en una esquina del corazón de San Telmo. Rezaba Takura su cartel sin luces. Los minutos pasaban y comencé a presentir que no vendría al encuentro. Entonces la llamé y como efectivamente estaba retrasada propuso enviarme una consigna por mail para que hiciera ese parcial a destiempo de modo domiciliario. Horas después encontraría en mi correo su intensa complejidad.
Caminé hasta la parada del 29 que llegó enseguida. Era de noche ya y es un paseo, el de regreso a casa desde ese barrio, que siempre disfruto. Las vidrieras con antigüedades, la gente tomando tragos en la plazoleta de cemento y después una calzada circular hacia el centro hastiado a toda hora. La Avenida Córdoba se abre y todo me resulta familiar. Como si en cada rincón hubiera una anécdota mía.
Bajé en lo de Ro, tomamos unas copas de vino y hablamos de la vida, de los desamores y de la sequía de esas lágrimas que no logran aflorar. Hablamos del tiempo cuando nos invadió el aroma a lluvia.
Finalmente llegué a casa cerca de las 10 de la noche y pedí comida porque no tenía ganas de cocinar. Necesitaba hierro y elegí un bife de costilla que llegaría en 30 minutos.
El timbre sonó y pensé en atender, creo que lo hice, pero sólo para comprobar que todavía no arreglaron el portero. Y quizá pensando en esas cosas me puse unas ojotas (podrían haber sido las pantuflas) y bajé con la billetera y el cambio justo.

Sólo con la billetera y el cambio justo.

Mientras me acercaba a la puerta ya en planta baja descubrí que no tenía la llave. Ahí estaba, mi bife esperándome, mi estómago crujiendo, mis manos casi vacías. Entonces haciéndole una seña al chico del delivery le rogué que me esperara. Él sonrió y pasó los siguientes minutos observándome de puerta en puerta sin lograr que nadie me abriera. “Estoy descansando” gritó el malhumorado del 3 con tonada gallega. “Buena onda” le contesté con enojo.
Subí hacia la salvación del 7. Primero pude encontrarme con el bife, le pagué al muchacho y enfrenté lo peor. Mi vecino hizo fuerza con una radiografía y no logró abrir la puerta. Entonces desde su casa llamé a Aldana que no estaba y a Ro, pero daba ocupado.
Con una llave extra de la puerta de entrada que me facilitaron y un paraguas a estrenar, también prestado, salí bajo la lluvia, bife en mano y en ojotas. Pasé por el banco, saqué dinero, y desde un locutorio llamé a Ro que me pasó el celular de Aldana (esto de tener todo agendado hace que ya no memoricemos nada) y paso seguido la llamé a la Peti.

- Estoy en Paseo del Sol, tengo la llave conmigo ( wonder wooommmaaannn)

Me tomé el 152 (o el 39) y me bajé en el Alto Palermo. Recuperé la llave, me despedí de Aldana y sus amigos y en un 68 (o 29) regresé a casa con el bife ya frío, pero contenta por no haberme desesperado en tomar mil taxis para cortas distancias, sobre todo con una bajada de bandera a 3.10.

En fin. Final feliz para una pequeña odisea.

El bife delicioso. Valió la pena esperar.